Hoy antes de dejaros mi nuevo “descubrimiento” sobre la pasada historia
de nuestro pueblo, tengo que daros las gracias a todos los que anónimamente
pasáis por este espacio, sin dejar constancia de ello, esas muestras de apoyo
aunque anónimas y silenciosas, me hacen cada día continuar en esta “empresa”
que me propuse.
Como no, un cariño especial a mis amigos de más allá del atlántico, y a
los que aquí cerca promocionan mi página en sus tertulias y reuniones y también
a los amigos, que teniendo en sus blogs más de 4.000 seguidores, se toman un
tiempo para dedicarlo al mío. Muchas gracias a todos.
Bueno y ahora, os traigo una leyenda Mexicana , que si bien a lo mejor no
tiene nada que ver con nuestro pueblo la protagonista y su padre, al menos
eran españoles y oriundos de “la Villa
de Illescas”.
Calle de la Quemada, la iglesia de Jesús María al fondo. |
La leyenda está cargada de amores, duelos, espadachines y sacrificios
cruentos, como nuestras “Leyendas de Becquer”, el acero en callejones oscuros,
la sangre en el empedrado, el sacrifico de la dama virgen, etc…
Al igual que en la “Vieja España”, en la Nueva España, o lo que es lo
mismo en los países de Latino America, los nombres que tomaron sus ciudades,
pueblos, calles, puentes y callejones, se debió principalmente a sucesos
ocurridos en las mismas, a los templos o conventos que en ellas se
establecieron o por haber vivido y tenido sus casas personajes, caballeros
ilustres, capitanes famosos por sus hazañas o gente de alta alcurnia en
general.
La calle de “La Quemada”, que hoy lleva el nombre de 5ª. Calle de Jesús
María, según nos cuenta esta trágica leyenda, tomó precisamente ese nombre
debido a los sucesos acontecidos en
dicha calle a mediados del Siglo XVI
“Cuéntase que
en esos días regía los destinos de la Nueva España don Luis de Velasco I., (después fue
virrey su hijo del mismo nombre, 40 años más tarde), dicho caballero
reemplazó al virrey don Antonio de Mendoza enviado al Perú con el mismo cargo.
Por esa misma fecha vivían en una amplia y bien fabricada casona don Gonzalo
Espinosa de Guevara con su hija Beatriz, ambos españoles llegados de “la Villa
de Illescas”, trayendo gran fortuna que el caballero hispano acrecentó en la
Nueva España con negocios, minas y concesiones. Dicen las viejas crónicas
desleídas por los siglos, que si grande era la riqueza de don Gonzalo, mucho
mayor era la hermosura de su hija.
Beatriz
contaba con veinte años de edad, cuerpo de graciosas proporciones, ojos verdes,
rostro hermoso y de una blancura de azucena, enmarcado en abundante y sedosa
cabellera negra que le caía por los hombros y formaba una cascada de rizos
hasta la espalda. (Mismamente como todas las Illescanas, en eso no
hemos cambiado jejejeje).
Decían en ese
entonces, que su grandiosa hermosura, corría pareja con su alma, toda bondad y
dulzura, pues gustaba de amparar a los enfermos, curar a los apestados y
socorrer a los humildes por los cuales llegó a despojarse de sus valiosas joyas
en plena calle, para dejarlas en esas manos temblorosas y anémicas.
Con todas
esas cualidades, de belleza, alma generosa y noble cuna a lo cual se sumaba la
inmensa fortuna de su padre, lógico es pensar que no le faltaron galanes y
pretendientes que comenzaron a requerirla en amores para posteriormente
solicitarla como esposa. Muchos caballeros y nobles galanes desfilaron ante la
casa de Doña Beatriz, sin que esta aceptara a ninguno de ellos, por más que
todos eran buenos partidos para efectuar un ventajoso matrimonio.
Pero el
destino quiso, que llegara aquel caballero, que le tenía predestinado como
compañero y esposo, en la persona de don Martín de Scópoli, Marqués de Piamonte
y Franteschelo, apuesto caballero italiano que se prendó de inmediato de la
Beatriz y comenzó a pretenderla no con tiento y discreción, sino con abierta
locura. (Los italianos son así, no han cambiado mucho en verdad).
Cuentan que
fue tal el enamoramiento del Marqués, que plantado en mitad de la calle donde
estaba la casa de la joven, o cerca del convento de Jesús María, se oponía al
paso de cualquier caballero que tratara de transitar cerca de la casa de su
amada. Por este motivo no faltaron altivos caballeros que contestaron con
hombría ( es decir machitos, que cruz, de esos tampoco faltan ahora) a la impertinencia
del italiano, sacando los aceros. Muchas veces bajo la luz de la luna y frente al
balcón de doña Beatriz, se cruzaron las espadas del Marqués de Piamonte y los
demás enamorados, siempre resultando vencedor el italiano. (Desde luego que
poco tacto con la amada, sin dejarla dormir toda la noche dale que te pego con
las espaditas, en fin).
Cuando al
amanecer, pasaba la ronda por esa calle, siempre hallaba a un caballero muerto,
herido o agonizante a causa de las heridas que produjera la hoja toledana del
señor de Piamonte. Así, uno tras otro iban cayendo los posibles esposos de la
hermosa dama de la Villa de Illescas.
Doña Beatriz
por su parte, amaba intensamente a don Martín, por su apostura y galantería,
por las frases ardientes de amor que le había dirigido y las notas respetuosas
que le hizo llegar por manos y conducto de su ama, supo lo de tanta sangre
corrida por su culpa y se llenó de pena y de dolor por los hombre fallecidos y
por la celosa conducta del caballero de Piamonte.
Una noche,
después de rezar ante la imagen de Santa Lucía, (virgen
mártir que se sacó los ojos para ofrecerlos a su enamorado) tomó una
terrible decisión destinada a lograr que don Martín de Scúpoli Marqués de
Piamonte y Franteschelo dejara de amarla para siempre.
Al día
siguiente, después de arreglar ciertos asuntos que no quiso dejar pendientes,
como su ayuda a los pobres y medicinas y alimentos que debían entregarse
periódicamente a los pobres y a los conventos, despidió a toda la servidumbre,
después de ver que su padre salía con rumbo a la Casa del Factor. (Casa del
Juez). Llevó hasta su alcoba un brasero, colocó carbón y le puso fuego. Los
brasas pronto reverberaron en la estancia, el calor en el anafre se hizo
intenso y entonces, sin dejar de invocar a Santa Lucía y pronunciando entre
lloros el nombre de don Martín, se puso de rodillas y clavó con decisión, su
hermoso rostro sobre el brasero. (La muchacha bruta donde las allá, en fin,
eran otros tiempos).
Crepitaron
las brasas, un olor a carne quemada se esparció por la alcoba antes olorosa a
jazmín y almendras y después de unos segundos, doña Beatriz pegó un grito
espantoso y cayó desmayada junto al brasero.
Quiso Dios,
la suerte o el destino, que acertara a pasar por allí el fraile mercedario Fray Marcos de Jesús y Gracia,
quien por ser el confesor de la joven, entró corriendo a la casona después de
escuchar el grito tan agudo y doloroso.
Encontró a
doña Beatriz aún en el suelo, la levantó con gran cuidado y enseguida le colocó
hierbas y vinagre sobre el rostro quemado, al mismo tiempo que le preguntaba
qué le había ocurrido.
Y la joven
que nunca mentía y menos a su confesor, le explicó los motivos que tuvo para
llevar a cabo tan horrendo castigo, Terminando por decirle al monje que
esperaba que ya con el rostro horrible, don Martín, no la vigilara, que dejaría
de amarla y los duelos en la calleja se terminarían para siempre.
El religioso
fue en busca de don Martín y le explicó lo sucedido, esperando también que la
reacción del italiano fuera en el sentido en que doña Beatriz había pensado,
por no fue así. El caballero se fue a toda prisa a la casa de su amada, a quien
halló sentada en un sillón sobre un cojín de terciopelo carmesí, su rostro
cubierto con un velo negro que ya estaba manchado de sangre y carne quemada.
Con sumo
cuidado le descubrió el rostro a su amada y al hacerlo retrocedió horrorizado,
se quedó atónito, apenado, mirando la cara hermosa y blanca de doña Beatriz
horriblemente quemada. Bajo sus antes arqueadas y pobladas cejas, había dos
agujeros con los párpados chamuscados, sus mejillas sonrosadas, eran cráteres
abiertos por donde escurría sangre y los labios antes bellos, carnosos, dignos
de un beso apasionado, eran una rendija que formaba una mueca horrible. (También me
podía haber ahorrado este párrafo tan explicito, pero forma parte de la leyenda).
Con este
sacrificio, doña Beatriz pensó que don Martín iba a rechazarla, a despreciarla
como esposa, pero no fue así. El marqués de Piamonte se arrodilló ante ella y
le dijo con frases llenas de ternura, que la amaba, no por la belleza física,
sino por todas las cualidades que adornaban a la joven, sus cualidades morales,
la bondad, generosidad, nobleza… El llanto cortó sus palabras y ambos lloraron
de amor y ternura.
Así en cuanto
llegó el padre de la joven, el italiano le pidió la mano de su amada (que después
del disgusto que se llevaría el pobre hombre, con lo de la quemadura, alguna
alegría tenía que tener).
La boda de
doña Beatriz y el Marqués de Piamonte se celebró en el templo de “La profesa”, y
fue el acontecimiento más sensacional de aquellos tiempos. Don Gonzalo de
Espinosa y Guevara gastó gran fortuna en los festejos y por su parte el Marqués
de Piamonte regaló a la novia vestidos, alhajas y mobiliario llevados desde
Italia.
Templo de La Profesa. |
Claro está
que doña Beatriz al llegar ante el altar se cubría el rostro con un tupido velo
blanco, para evitar la insana curiosidad de la gente (el cotillismo
es la enfermedad más antigua que se conoce) y cada vez que salía a la calle,
sola al cercano templo a escuchar misa o acompañada del esposo, lo hacía con el
rostro cubierto por un velo negro.
A partir de entonces,
la calle se llamó “Calle de la Quemada”, en memoria de este acontecimiento que
ya en forma de cuento, o de leyenda, han repetido varios autores, siendo estos
datos los auténticos, pues obran en polvorosos documentos. (Y yo los he
sacado de Internet, donde varios blogs, los constatan).
Espero que esta no sea la única leyenda, que pueda traer a estas páginas
pues estoy segura de que hay cantidad de ellas, que duermen olvidadas, en recónditos
rincones, en oscuras bibliotecas y mohosos desvanes, poco a poco, haremos que
vean la luz.
ME HA GUSTADO TU LEYENDA.............UN BESO.
ResponderEliminarUna leyenda tierna y muy donjuanesca.
ResponderEliminarGracias por estos ratitos que nos haces pasar.
un abrazo...
Una hermosa leyenda, un placer leerte,un abrazo.J.R.
ResponderEliminarLeyenda entretenida,cierto es que antes tenian las damas cada ocurrencia¡¡,pero tu sigue escribendo q yo leo todo lo q tu nos dejas con mucho cariño aunque casi nunca te escribo nada porq esto no me deja no se porq
ResponderEliminarSoy Elena como ya imaginaras ¡¡mil besos para mi amiga bella¡¡